El destacado filósofo y matemático griego
Pitágoras, dijo una vez: “Educad a los niños,
y no será necesario castigar a los hombres”.

Lo mejor que podemos dar a un niño es una buena crianza; instruirlos, educarlos, formarlos, dirigirlos, son necesidades enormes en la infancia, y nadie mejor que los padres para criar a sus hijos, pues se necesita un profundo amor para educarlos.

Si tú eres un padre o una madre de familia, haz recibido semillas de vida en tu mano: una, dos, o tres (el número de tus hijos). Dios te ha dado el gran privilegio y la gran responsabilidad de sembrarlas, cultivarlas, regarlas día con día, y encargarte que esas pequeñas semillas se conviertan en enormes árboles, frondosos, vigorosos, y con buenos frutos.

Ninguna de tus semillas está seca, ni podrida; todas tienen
el mismo gran potencial dentro de ellas. Sin embargo cada semilla es tan pequeña, tan frágil, que depende 100% de ti, su agricultor exclusivo, para florecer.

Que tu hogar sea ese fresco jardín donde  tus hijos sean plantados; que reciban de día el calor de sus padres y la frescura de sus enseñanzas. Que ante las duras inclemen-cias del clima los protejas con amor, y los fortalezcas para soportar las malignas plagas. Que nunca veas su tronco torcido, sino que lo endereces mientras está aún tierno. Y
que siempre, tomes de Dios, el agua que los haga crecer.

Papá y mamá, no avientes al aire esas preciosas semillas
que te han sido encomendadas; cultívalas con amor.

Si quieres hacer feliz a un niño, edúcalo con amor y siémbrale valores; así, su felicidad trascenderá al futuro.


Herencia de Dios son los hijos;
Cosa de estima el fruto del vientre.
Como saetas en mano del valiente,
Así son los hijos habidos en la juventud.
Salmo 127: 3 - 4

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