El día de hoy hablaremos de un tema que estoy seguro les llamará mucho la atención, y no porque sea un tema muy agradable sino por lo potencialmente peligroso que es.
Hoy estaremos hablando de ese momento tan desagradable que muchas familias pasan cuando algún miembro, en este caso un niño o un joven, llega a morir. Específicamente nos enfocaremos a la muerte en los niños de 5 a 14 años de edad y de los jóvenes de 15 a 24 años de edad.
La muerte de un hijo en la familia siempre será una gran tragedia y así he podido verlo en mi caso como médico pediatra, que me ha tocado trabajar en diferentes hospitales.
Recuerdo un caso de hace muchos años. Haciendo yo una guardia médica en un hospital en una ciudad al norte del país, me tocó atender el caso de un niño de unos 3 o 4 años que llegó a la sala de urgencias, y el niño venía totalmente morado, sin respirar.
En ese momento recibimos al niño, hicimos maniobras para reanimarlo y volverlo a la vida, pero lamentablemente todo fue en vano, no hubo éxito en las maniobras.
Lo que había sucedido es que la persona encargada del niño se había descuidado en un momento dado, y el niño había metido su cabecita en el lavabo que estaba lleno de agua y al no poder sacarla se ahogó en el lavabo de la casa de aquella familia.
Yo recuerdo que esa fue una de las primeras escenas que como médico me tocó vivir, porque en ese entonces yo todavía no hacía una especialidad en pediatría.
Fue una experiencia muy desagradable ver el dolor que la familia experimentó. Era impresionante ver cómo los parientes narraban que unos minutos antes el niño estaba bien, lo habían abrazado y jugado con él, y ahora estaba muerto.
Esto es triste, es una realidad penosa, pero a fin de cuentas, una realidad. La muerte se puede acercar a un hogar cuando menos se espera, cuando todo parece que va bien, o que el futuro se ve prometedor. La muerte puede llegar en cualquier momento.
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