Por: Profr. Roberto Durán

Qué diferente es cuando una persona vive en un egoísmo y no quiere amar a la otra persona. Tiene resentimientos, odios, no tiene paciencia, continuamente le está remarcando esas debilidades de carácter. Eso llevará a un fracaso porque el ingrediente necesario para la vocación matrimonial es lo que conocemos como el amor .

Ese amor se demuestra en las acciones. No en los sentimientos, no en el abrazo, no en el beso, no en la flor solamente, sino diariamente estar viendo por la otra persona.

El pensador Kei Zerling dice lo siguiente:

Los que se proponen la felicidad personal como objetivo supremo de su vida, es natural que no tengan inclinación hacia el matrimonio.

En esta frase hay sabiduría. Cualquier persona que va a vivir para sí mismo es natural que no tenga inclinación al matrimonio. Es natural que busque una unión libre, una aventura u otra experiencia, pero no la responsabilidad y el compromiso que conlleva el matrimonio.

Al ver esto quizás muchos esposos o esposas comenzarán a decir: “Caray, esto parece una penitencia, tener que aguantar a la otra persona, su carácter, sus debilidades…”. Pero no es una penitencia con resignación. Aun en el dar hay una alegría.

La palabra alegría deriva del latín “alacratis”, que significa fuego, vivacidad, ardor. Se forma a partir del adjetivo alacer, que quiere decir vivo, dispuesto, gallardo . Todo eso es estar alegre en el matrimonio.

Significa tener fuego, amar a la pareja con un fuego, es estar vivo, estar ardiente en el buen sentido de la palabra. Es estar vivo y dispuesto por la otra persona, dando un disfrute en la vida.

Cuando hay personas que realmente se quiere, también hay cuestiones de responsabilidades, hay que soportar el carácter de la persona pero hay disfrute, hay compañerismo, alegría, se está viviendo el matrimonio.

Desafortunadamente las personas que viven en egoísmo y no tienen la vocación matrimonial ven el matrimonio como una carga pesada.