Introducción

El gran potencial con que nacen nuestros hijos está en nuestras manos. Dios nos da el privilegio a nosotros los adultos, de formarlos y esto puede lograrse a través una correcta delimitación en su conducta.

Debemos tener muy en cuenta que por sí mismas, las reglas, las instrucciones, no proveerán una conexión relacional entre nuestros jóvenes y nosotros y esto de nada servirá.

Ellos necesitan un lazo afectivo y éste sólo surge cuando establecemos y mantenemos una profunda interacción diaria con ellos. No una vez al mes papá se interesa, no una vez al mes papá platica con ellos, no una vez al mes, sino que es una relación diaria y continua.

Estableciendo leyes o límites en nuestro hogar y enseñando a nuestros hijos a cumplirlas, podremos lograr que se comporten bien por un tiempo, pero si no establecemos una relación con ellos, si nuestros jóvenes están desconectados, y no entienden por qué nosotros les imponemos reglas, por qué les imponemos límites en su libertad, por qué nosotros en algunas ocasiones les evitamos tomar decisiones, se amargarán contra nosotros.

En cambio si nosotros estamos relacionados con ellos y les explicamos y los llevamos a razonar entre lo que es bueno y malo: “Mira hijo, no es bueno el sexo antes del matrimonio. ¿Por qué? Por esto, por esto, por esto”. Nuestros hijos aprenden a razonar y dicen ya entiendo por qué no es bueno. Entonces será más fácil que obedezcan los límites, las reglas.

Así como los mandamientos que Dios nos da son buenos y Él nos explica que son para nuestro bien, de la misma manera nosotros debemos inculcarles a nuestros hijos que los mandamientos que les damos para que guarden en casa son buenos y son para su propio bien.

Pero esto se necesitan padres que sepan relacionarse y conectarse con ellos. No podemos instruirlos a distancia. Debemos entrar en su mundo, en sus conflictos, en sus dudas, relacionarnos con ellos, saber qué piensan, no estar en total desacuerdo en su manera de pensar, no contrariarlos, sino relacionarnos, poder hablar y entrar en su mundo.

Debemos estar conscientes de lo que está pasando en sus vidas y entonces estar disponibles para poderles ayudar.

Programa:
Nacidos para perder II: El cerebro se moldea en casa
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¿Cómo viven nuestros hijos?
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