La sexualidad y cómo enseñarla a nuestros adolescentes I

 

La ineficacia de la “educación sexual”
 

Todos estos ejemplos no sólo revelan la ineficacia de esa "educación sexual" sino que también pone en evidencia una de estas dos cosas: o que son muy tontos los que diseñan los programas, o que hay otros fines muchas veces inconfesables. Hay casos en los que, si se confesaran las auténticas finalidades, serían muy perversas.

         En 1982 el doctor H.H. Newman, director médico del Departamento de Salud de New Haven, escribió que, con la excusa de reducir los embarazos entre adolescentes, los programas de educación sexual intentaron enseñar a los niños a alcanzar el ajuste sexual, a explorar cuestiones como la masturbación, técnicas sexuales, homosexualidad, y violación. También mencionó que:

"En lugar de enseñar a los jóvenes a evitar un embarazo no deseado y sus consecuencias, les enseñamos que la alegría del sexo es su herencia humana".

         Para la sociedad en general, parece evidente que la "educación sexual" ha fracasado; el que a pesar de todo insistan en esos programas lleva a la conclusión inevitable de que el verdadero objetivo ha sido y es, cambiar las actitudes sociales hacia el sexo, aboliendo cualquier norma tradicional en este campo y alentando la aceptación de prácticas que muchos padres consideran desviadas.

         Las organizaciones que difunden esos programas no asumen después ninguna responsabilidad de los desastres que dejan atrás, que afectan a los jóvenes, cuando sus intentos de ‘ingeniería social’ fallan. Enseñan a jóvenes inmaduros ideas basadas en opiniones no comprobadas pero de moda, rechazando absolutamente la sabiduría de siglos de civilización.

         Y al final, se añade, el que no quieren recoger los platos rotos: jóvenes desmotivados, fáciles presas del sida, de la droga y de tantas otras lacras sociales que anulan su personalidad.

         Los programas están cambiando, la mayoría de los programas que se han llevado a cabo en Estados Unidos con vistas a la prevención del sida, también se han mostrado ineficaces, al haber nacido con la misma doctrina con la que nacieron sus hermanos mayores.

         Hay numerosas publicaciones científicas que afirman que la educación sexual/sida ha fracasado sistemáticamente en su intento de producir cambios significativos en la conducta de los adolescentes, sobre todo por lo que se refiere a un comportamiento que reduzca el riesgo de contagio y, por lo tanto, del incremento del sida.

         Un resumen completo de todos los estudios anteriores lo hace A. R. Shiffman, quien afirma que:

"El conocimiento acerca del sida o de la infección por este virus y su prevención no se asoció con ningún cambio en las conductas de riesgo, ni tampoco lo estuvo con el número de fuentes de información acerca de la epidemia, ni con el conocimiento directo de pacientes infectados, ni con la estimación del riesgo personal, ni con el consejo de someterse a una prueba de sida.

De hecho los jóvenes cuyas conductas de riesgo aumentaron más, fueron los que tuvieron más probabilidades de conocer a alguien que había muerto de sida, y que estimaron su propio riesgo como alto. La mayoría de los jóvenes dijeron que no usaban preservativos regularmente, porque no les gustaba y que tenían poca confianza en su capacidad protectora".

         Es fácil darse cuenta que los jóvenes emprenden la actividad sexual debido a problemas más profundos y, por más instrucción sexual que se les de, no cambiarán sus comportamientos de riesgo. Hay que plantearse arreglar los cimientos antes de dedicar tiempo y más tiempo a reparar el tejado con tejas quebradizas.

         En cambio, en su estudio, los adolescentes comprometidos con los valores, actividades e instituciones convencionales, tales como la familia y la moral, tenían menos probabilidad de emprender una conducta sexual peligrosa, presumiblemente porque piensan más en el futuro.

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