El adulto mayor en la familia II

 

Introducción
 

Por: Ing. Gilberto Sánchez

La semana pasada hablamos acerca de los ancianos de la tercera edad, un tema importante que incluso está siendo abordado por la Organización de las Naciones Unidas (ONU). Comentamos que la ONU determinó que toda persona que tiene arriba de sesenta años se puede considerar como una persona de la tercera edad. Una persona que pasa los sesenta años y que entra en la última etapa de su vida empieza a tener una serie de problemas sociales y familiares; los ancianos están siendo discriminados, están siendo separados, están dándoles la espalda.

Vimos en el programa pasado algunas noticias tan tristes como el hecho de que cada mes mueren diez ancianos en México en la más completa soledad y que, tristemente, los demás se daban cuenta de que habían fallecido por la corrupción de sus cuerpos, por el olor que se respiraba. Son casos tristes en los que las personas se mueren solas sin que nadie vele por ellos y los ame en sus días finales.

Esas personas dieron todo lo que pudieron durante su juventud, en sus días fuertes trataron de darse a sus familias, de dar sus talentos y sus capacidades, ya sea para un trabajo o para la familia. Tal vez trataron de aportar algo mientras eran jóvenes y fuertes, pero conforme fue pasando el tiempo, como en todos los seres humanos sucede, fueron envejeciendo, perdiendo fuerza, capacidades o facultades mentales.

Y entonces pasan de ser seres productivos y útiles a personas que empiezan a requerir ayuda de esa sociedad a la cual sirvieron; empiezan a necesitar el apoyo familiar, la ayuda de esa familia a la que ellos apoyaron en el pasado y sustentaron.

Un símbolo de sabiduría y respeto
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