¡Quiero ser libre!
 

Cayendo cada vez más bajo
 

Por: Lic. Alma Gallardo

Quizás ya tu propia dignidad has perdido. ¡Qué puedes pensar de un hombre que ni siquiera te ha dado tu lugar como mujer? ¿Qué te ha engañado por años diciéndote que “el matrimonio es sólo un papel”.

¡Cuántas mujeres hoy se juntaron solamente con un hombre llenas de ilusiones! ¡Le han entregado todo lo que son a ese ídolo-hombre, su cuerpo, sus hijos, sus fuerzas, su tiempo, sus planes, su reputación! Pero vé mujer, vé la balanza y vé que absolutamente NADA has ganado de todo eso.

Al contrario, cada vez caes más profundo. Si ese hombre ni siquiera te ha propuesto matrimonio, si ni siquiera quiere hablar de compromisos permanentes contigo, acéptalo, NO te ama.

Está abusando de ti. Hoy no te rentan una casa si no firmas un contrato o un pagaré. Hay mucha desconfianza. Pero los hombres no están dispuestos a firmar un pacto público donde se compromete a ser tu protector y tu compañero fiel.

No te ama. No te ha dado tu lugar, y tú lo has permitido.

Y aquellas casadas, dime, ¿eres feliz detrás de esa apariencia? ¿Cómo puedes seguir siendo cómplice de la desgracia de tus hijas? ¿Cómo puedes seguir solapando las humillaciones que le hace tu marido a tu hijo?

No, no vayas a decir después ¿por qué mi hijo me falta al respeto? ¿Por qué no puedo controlarlo? Esto es lo que has sembrado.

Reconoce que tienes un problema. Y este problema no es individual. Los maltratos no los has recibido tú solamente. Hay hijos. Hay quizás un bebé de meses. Hay un par de niños en edad escolar que has dejado de ver por mucho tiempo. Te deslumbró el ídolo y se te olvidó todo.

Primeramente, te olvidaste de ti misma. Por temor al qué dirán, por temor quizás a quedarte sola, por temor a fallar otra vez en una relación, empezaste a permitir pequeñas injusticias. Al principio te sentías mal, realmente te dolía ver que tu marido te hablara de esa manera y que les gritara tan fuerte a tus hijos. Tu conciencia te indicaba que eso no era lo correcto.

Pero no actuaste, te fue más fuerte tu sentimiento egoísta que el dolor de tus hijos. Seguiste permitiendo que tu esposo se comportara como un macho en casa. Y ya no sólo fueron palabras, luego subió de tono la agresión. Empezaron los aspavientos, las griterías en casa, el aventar cosas, los empujones, las humillaciones públicas, incluso la intimidad fue diferente.

Y qué han visto tus hijos. Un padre (o un padrastro) malhumorado, y una madre, ciega, defendiendo a capa y espada al gran enemigo de la casa, tu marido. Has participado en pleitos familiares. Has visto a tus propios hijos gritarle a su padre. Sin amor, hablándose de padre a hijo con coraje, con mucha furia y rencor. Tu hija llorando te ha dicho muchas veces que la defiendas, que hagas algo por ella.

No, no le eches toda la culpa a tu marido. El primer paso para salir adelante en los conflictos familiares es reconocer cada uno su propia responsabilidad. Y aquí, los principales responsables son ustedes, tú y tu pareja. Él por colérico y odioso. Tú por consentir sus actos.

Tus hijos claman por justicia
Condiciones Legales de Uso | Derechos reservados 2012 ©